lunes, 8 de noviembre de 2010

En días como estos

© Carlos M. Ortega Vilas
En estos como días. Como días en estas. Como setas, como días. Comedias, cometas. Cómo diría… En días como estos, no sé quién soy ni lo que quiero. No sé qué decir, o es tan terrible que se me queda atravesado en algún sitio entre el estómago y el aire, hoy templado, de noviembre. En días como estos me quedo en casa porque temo que se desplome el cielo sobre mí, o yo sobre él, y ahogarme con tanto azul, tanta inmensidad, tanto universo espacio y negro después, nadie sabe. Me quedo en casa, ahogado de todos modos, aunque no azul, no cianótico. Sólo un poco oxidado. Un poco triste. Escucho la radio. O hago que la escucho. Así que la apago, no sin antes decir adiós al locutor, esgrimiendo una excusa tonta —como todas las excusas—. Y al locutor qué cuernos le importa, pero sí. Yo sé que le importa. Al fin y al cabo, sólo tres oyentes. Bueno, dos. Y un desertor, sálvese quien pueda, aunque el programa no está mal, se deja oír, pero yo de los nervios, pensando que no, que no, que no me salvo. No ya hasta que me acueste y duerma el sueño de los justos, los injustos o los que sólo quieren olvidarse de sí mismos, benditos ellos también. Le digo una excusa, tengo que salir, tengo un trabajo pendiente, tengo que y me quedo en el mismo sitio, mirando la pantalla blanca del ordenador gris, escritorio gris, teléfono negro que nunca suena, mosca negra que se empeña en sobrevivir al invierno a intervalos y a intervalos suicida kamikaze que se estrella redundante contra la pantalla blanca del ordenador. Un mal día lo tiene cualquiera. Sólo me molesta que sea redundante. Cómo odio lo redundante. Cómo odio odio las repeticiones. Qué atrapado vivo en ellas.

—Mosca ha perdido el conocimiento, si alguna vez lo tuvo.

En días como estos, uno se pregunta. Días como estos hay tantos en el calendario, vienen por defecto, los regalan en cada esquina del tiempo que se te va y en el que tienes por delante, todo de saldo, demacrado antes de usar. Inservible, reventado. Abro una revista, por no ver tanto blanco, tanto gris, tan poca mosca torpe que no sobrevivió al invierno que ni siquiera ha llegado. Abro la revista y me salta encima esa noticia. ONU nombra embajadora astrofísica coordinar respuesta humanidad ante contacto alienígena. Misión: esterilizar toda criatura estelar caída en planeta Tierra. Pienso en ET, en su dedito tieso, cercenado por esta astrofísica malaya —guantes estériles—. No es nada personal, le dice, puro trámite aduanero. Cierro la revista, trastornado. En días como estos, noticias como estas. Dan ganas de ahogarse en licor, pero no tengo. Me levanto de mi silla azul…

… Que ni siquiera es mía, entro en la cocina, pongo café al fuego. Mucho café, como para resucitar a Mosca, mientras pienso en la silla azul que no es mía. En la casa que no es mía, en la cafetera que no es mía —el café sí, tengo pruebas—. En él, que tampoco es mío, porque nada te pertenece menos que la persona que amas, o el alienígena que amas, aunque estéril ya, aunque sin dedito tieso. En fin, pienso que nada es mío. Salvo el café. Me aferro a él. Me lo bebo, aunque no me hace sentir mejor ni más dueño de algo ni más animado de lo que está Mosca ahora mismo, a los pies de esta pantalla, ya no tan blanca. No ya tan muda.

Pero igualmente desconsolada, en —cestos setos sectas insectos— días como estos.