domingo, 5 de diciembre de 2010

Nocturno

© Carlos M. Ortega Vilas
Ha sido un día duro. Un contrincante demasiado obstinado para plantarle cara hasta las últimas consecuencias. Juega con ventaja —nocturnidad prematura, alevosía invernal—. A las siete de la tarde abre una brecha importante en mis defensas. A las nueve, empiezo a darlo todo por perdido. A las diez me derrota definitivamente. Pido clemencia. Me exilio voluntariamente y por mi propio pie. A la cama.

¿Las diez de la noche? ¿A la cama?, se me amotina algo por dentro. Será la memoria de otra época, cuando uno se acostaba a las diez de la noche obligado por la autoridad, pero sin sueño ni convicción. Para descansar, te decían. Para madrugar. ¿Descansar de qué? De ti. ¿Madrugar para qué? Para ir al colegio. A, eso…

Siento un amago de fobia infantil en el estómago. Es el Niño Interior, que se resiste a que lo metan en la cama, no tanto por la cama en sí. No tanto por tener que dormir tantas, malgastadas, improductivas horas —piensa él—, sino porque recuerda que al final de ese trance sólo existe algo mucho más desalentador todavía que estar preso de las sábanas mientras la vida sigue sin ti al otro lado de tu cuarto. Tonto, si mañana no hay colegio, le tranquilizo. Él se calla. Por costumbre, supongo. Me da igual. Yo, voy a dormir. Voy a dormir diez horas seguidas y mañana seré otro. Un tipo renovado, con energías, desbordante de vitalidad, aunque sea invierno. Un tipo capaz de vencer a ese contrincante obstinado que nos machaca sin piedad —también llamado Jornada Laboral—. Sólo espero que él no tenga la misma idea, pienso, antes de quedarme dormido.

LE HABLA SU ASESOR DE TELEFONÍA FIJA E INTERNET. UN MOMENTO, POR FAVOR.
(Me informa una máquina.)

Recojo el corazón —se me  ha salido por la boca y ha llegado antes que yo al salón— junto al teléfono. Bizqueo hacia el reloj de pared, noqueado. Es medianoche.

—Buenos días —me saluda una voz digamos que humana.
—…
—¿Es usted el titular de la línea? ¿Es usted don C. O. V.?
—Yo…
—Señor O. ¿Le interesaría ahorrar en su factura telefónica?
—Pues en este momento —y recalco la palabra momento—, no.
—Señor O. Todavía no le he explicado cómo ahorrar en su factura de teléfono, ¿tendría la bondad de escucharme un minuto?
—Es que ahora mismo no me interesa…
—Señor O., ¿cómo sabe que no le interesa si no me deja que le explique que puede ahorrar hasta un cincuenta por ciento en su factura telefónica?
—Tiene su lógica —claudico.
—Señor O. Gracias por permitir que le explique las ventajas de la nueva tarifa que…
—De nada. La comunicación es la base del entendimiento entre culturas —observo. He creído detectar cierto deje argentino en su voz. Tal vez por eso el desfase horario.
—Eh… Sí… Bien, le comento…
—Disculpe, ¿le molesta si fumo?
—… Este… Sí… O sea, no… —carraspea—. Señor O., le explico la nueva tarifa Sin Límites que hemos diseñado especialmente para clientes como vo… Como usted. Pero para que vea hasta qué punto le conviene, quisiera hacerle notar que el gasto mensual que viene usted facturando actualmente asciende a…

Deposito con cuidado el auricular sobre el escritorio y voy a la cocina. Si este es el principio de un nuevo día, necesito afrontarlo con un café con leche en el estómago. Me lo llevo al salón. Compruebo que del auricular sigue fluyendo el soliloquio del operador. Parece feliz. Lo dejo estar y voy a por una manta que echarme por encima, los cigarrillos y el cenicero. Me tumbo en el sofá, derrotado pero voluptuoso, con mi café con leche caliente, mi cigarrillo, mi manta y el soniquete de esa voz en off que se derrama providencial sobre la mesa. Cómo se las habrá apañado mi asesor de tarifas para transformar una noche tan jodidamente fría y vacía en un soleado día de otro hemisferio, pienso. Qué tipo encantador.

Percibo entonces una ligera perturbación en el ritmo de su discurso. Cojo el teléfono.

—¿Señor O.? ¿Me escucha?
—Le escucho, sí.
—Bien, como le decía, si desea ahorrar en su factura de teléfono, esta es la tarifa que en definitiva, más se adapta a sus necesidades.
—Es que, verá… Creo que mis necesidades son otras…
—Eh… ¿Desea que le asesore sobre otras tarifas, señor O.?
—¿Cuánto cree que me costaría ser yo mismo?
—¿Disculpe?
—Es que últimamente tengo la impresión de que todos hablan más alto que yo, y no me oigo. Y también siento que no soy dueño de mis decisiones, que otros deciden por mí cosas que no sé si quiero o no.
—Con respecto a su tarifa…
—¿A usted no le ocurre? ¿No ha sentido a veces como una afonía vital?
—Señor O., ¿desea cambiar su tarifa actual o no?
—¿Lo ve? Me está presionando. A eso me refiero.
—Disculpe, señor O. Le escucho.
—Gracias. Pues verá: hasta que no me ha despertado, no había caído en la cuenta, pero creo que hay demasiado ruido en mi vida, y no es mío. Lo soporto, lo tolero y hasta lo digiero, pero me sienta mal. Por eso me vencen los días. ¿Qué piensa usted?
—Disculpe, señor, O., pero yo sólo puedo… Si usted no desea ahorrar en su…
—Es que estoy cansado de ahorrar, ¿entiende?
—Señor O., si no desea que le asesore…
—No, no —exclamo—: asesóreme, por favor. Dígame qué puedo hacer para ser yo mismo sin que nadie salga herido. Dígame cómo. Dígame lo que sea, pero eso sí: procure no psicoanalizarme.
—… Señor O., si no tiene ninguna otra consulta que realizar, procederé a cortar esta llamada.
—No vale. Usted me ha despertado para anunciarme un buen día y es de noche, algo sabe que a mí se me escapa. Tiene que darme una respuesta.
—Procedo a cortar la comunicación. Que tenga un buen día, señor O.
—Espere —exclamo—, no cuelgue… Necesito que me diga… Oiga… ¿Oiga?

Ha colgado.

Me vuelvo a la cama. El Niño Interior protesta un poco —por costumbre, supongo—, pero enseguida se queda dormido. Yo también. Sueño que duermo diez horas seguidas y al levantarme, llamo a mi asesor telefónico para desearle los buenos días en la noche de su hemisferio. Para entonces, seré otro. Un tipo renovado, con energías, desbordante de vitalidad, aunque sea invierno. Un tipo capaz de vencer a ese contrincante obstinado que nos machaca sin piedad, y que no tiene nombre.

1 comentario:

  1. Ajá! Se acabaron las llamadas al -teléfono de la esperanza-, a partir de ahora ya tengo con quién hablar. Además ellos te llaman por la noche, justo cuando el insomnio te impide olvidar. Será divertido!

    Muy bueno el relato!

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